28/2/11

Y las vacas vuelan, de Fernando Lavanderos (2004)

Y las vacas vuelan es un ejercicio de estilo atípico para el cine chileno, ya que estamos acostumbrados a dramas políticos, sexo, groserías, marginalidad, etc. Tal vez por ello, esta estupenda película no se valoró como tal: una idea interesantísima del cine contemporáneo criollo que, sin desmerecer la labor social de otro tipo de cintas, supo revitalizar el panorama cinematográfico nacional. Con un presupuesto bajísimo, intenta (y logra) quebrar ese paradigma, que llevó a muchos a estigmatizar y catalogar el cine de nuestro país como frágil y sin contenido innovador.

María Paz Ercilla
El director, sin contar con una trama establecida, busca indagar en la subjetividad de los puntos de vista, logrando que incluso el género de la película resulte ambiguo, fundiéndose de buena manera con el estilo documental. Incluso, por la poca preocupación por los fondos, por la estética hiper-realista y su inmejorable cotidianeidad, se ha dicho que Y las vacas vuelan podría encasillarse al Dogma 95 (ver enlace), estilo vanguardista popularizado por Lars von Trier.

La película en sí, como ya señalé antes, carece de una trama fija. Kai (Magnus Errboe) es un danés que, cámara en mano, recorre las calles de Santiago buscando una respuesta esencial a su pregunta: ¿son los chilenos buenos para mentir? Entrevistando a muchas mujeres, obsesionado también por las consecuencias de la mentira en las relaciones de pareja, llega a María Paz (María Paz Ercilla), una misteriosa muchacha que da en el blanco, con una respuesta basada en la hipocresía moral y social de todas las personas, señalando incluso que “todos somos un poquito actores”. Kai, atraído por María Paz, la invita a participar en una película que nunca logra consolidarse, y que para el espectador es un total enigma que se va revelando poco a poco con los paseos de ambos por la capital. De esta forma, la historia se va transformando en un “juego de espejos”, una reproducción audiovisual de Las Meninas de Velásquez (ver enlace), donde el director graba la grabación de su propia película, multiplicando las realidades posibles y generando interesantes reflexiones acerca de la naturaleza del cine, del arte y de la realidad misma.

María Paz y Kai
Como es posible entender, Y las vacas vuelan es una curiosa producción que cala hondo en la tradición chilena del cine independiente, desprendiéndose de los abundantes clichés de nuestro país para lograr un importante acercamiento a nuestra cultura, nuestras costumbres y nuestra “chilenidad” más íntima, sin caer por eso en el populismo. El final, por otro lado, permite llevar la reflexión también hacia otros temas como la hipocresía del ser humano, su incapacidad de fundir sus acciones con sus pensamientos más sinceros, y las infinitas realidades posibles a partir de los hechos más concretos, logrando un crisol de conceptos muy ricos en profundidad y valor cívico. Sin lugar a dudas, Fernando Lavanderos logra superar los límites del cine convencional para mostrarnos el sinfín de oportunidades intelectuales que nos brinda el denominado “séptimo arte”. Es también, por lo mismo, una invitación a superarnos y llegar incluso más allá de nuestras ambiciones. Y eso siempre se agradece.


Vela online:

15/2/11

La vida de los peces, de Matías Bize (2010)


Andrés (Santiago Cabrera)
Simpleza. Esa es la palabra que define esta cinta que, solo hace un par de días, logró un premio Goya a la "Mejor Película Hispanoamericana", siendo la tercera producción chilena en llevarse dicho galardón. Las anteriores fueron La frontera, de Ricardo Larraín, y La buena vida, de Andrés Wood, en 1991 y 2009 respectivamente. Esto, como lo señaló el mismo Bize en la entrega, es un reconocimiento para todos los chilenos, y también (porqué no decirlo) un gran premio para el cine nacional que, a duras penas, se está consolidando, huyendo al fin de ese excesivo criollismo que lo tenía al borde de la mediocridad. Pero yendo al grano, ¿porqué la película de Bize merecía un Goya?

La vida de los peces es la historia de Andrés (Santiago Cabrera), quien vuelve a Chile después de andar 10 años vagando por el extranjero, a consecuencia de su nómade trabajo. El protagonista coincide en una fiesta con todos sus amigos y conocidos de antaño, quienes al comienzo del film no lo dejan marcharse, desencadenando así una serie de recuerdos que le dan vida a esta obra. Andrés, al ir conversando con cada uno de ellos, empieza a reconstruir su difícil pasado, ese que lo hizo volver a su país para poder cerrar un ciclo vital, continuando en paz con su existencia. Pero todo parece complicarse cuando se encuentra súbitamente con Beatriz (Blanca Lewin), su ex pareja.

Beatriz (Blanca Lewin)
Beatriz viene a ser el ancla en el pasado de Andrés, ese peso que no le permite salir de Chile, aunque físicamente ya hubiera estado 10 años afuera. Esta metáfora marina viene muy al caso en una historia donde el nombre de la cinta explica poéticamente el estancamiento de Andrés, quien, a pesar de su total libertad, no puede huir de esa "pecera" donde habitan todos sus amigos y recuerdos, metáfora que se intensifica en un nostálgico diálogo que Beatriz y Andrés sostienen junto a un acuario. Poco a poco los fragmentos se empiezan a juntar, y el espectador logra comprender la tristeza de Andrés y la poderosa carga emocional que lleva a cuestas, siendo esto la piedra angular de una película llena de sensibilidad y delicadeza narrativa.

Así, La vida de los peces es una película que continúa con la acostumbrada genialidad de Bize, quien en Sábado y En la cama ya ha demostrado su arsenal técnico, donde el "tiempo real" y la importancia de los diálogos vienen a ser fundamentales. En este aspecto, la película funciona igual que las anteriores, aunque La vida de los peces ya resulta ser una obra más madura, llevándose un importante reconocimiento como prueba de ello. Aún así, como señalé al principio, lo más característico del film es su aparente simpleza, que a muchos les resultará soporífera, pero cualquiera que pueda reconocer una buena película en su esencia, le sabrá dar importancia al complejo mundo que hay detrás de tan simple fachada. Una película totalmente recomendada para todo público, en especial para los chilenos, que muchas veces hablan mal de su propio arte y cultura, cayéndo en una reprochable y desmedida ingratitud.


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8/2/11

Enter the Void, de Gaspar Noé (2009)



Experiencia después de la muerte.
Noé es especialista en interiorizarnos en temas tabúes. Lo hemos visto en Solo contra todos y en menor consistencia en la afamada y cruda Irreversible. Sin quedarse atrás, y siguiendo la línea que lo caracteriza, Enter the Void nos lleva al universo que todos anhelamos conocer, con la única y “simple” habilidad de poder contárnoslo después. Creo que ya saben a qué me refiero. Sí, la muerte.

No es una película fácil de digerir. Tal vez en contenido no es muy original qué digamos, pero es un experimento visual único: luces de neón por todos lados, drogas por doquier, flashbacks y un cruce cultural entre oriente y occidente que logran que Enter the Void sea un proyecto exclusivo e incomparable. Desde los créditos que aparecen al inicio, titilando como una luz estroboscópica no apta para epilépticos, nos damos cuenta que la cinta de Noé será una experiencia inigualable. Porque es una película que sí o sí genera empatía con el espectador, puesto que nos inserta literalmente en el cuerpo de Oscar (al ser filmada en primera persona), un tipo occidental que convive con su hermana Linda (Paz de la Huerta) en un pequeño departamento. A primera vista podemos percibir que Oscar (Nathaniel Brown) y su hermana, dos tipos definidos por la cultura occidental, van a buscar suerte al gigantesco Tokio. Ella trabaja como stripper en un club nocturno y nosotros (Oscar) somos unos microempresarios, específicamente traficantes. Oscar deberá hacer una entrega en un pub cercano, pero las cosas no saldrán como en los cuentos de hadas con final esperanzador, sino que “acabaremos” muertos en un baño asqueroso gracias a una bala en el pecho. Y así no más. Estamos muertos.
"Entrar al Vacío".

La intensidad de lo previo al deceso de Oscar, como la sangre en las manos después del disparo, logran conectar una sensibilidad y un miedo inexplicable en nuestro interior, sintiendo que somos nosotros mismos los afectados. Hemos muerto, punto. Pero esto no queda aquí, ya que Oscar hizo la promesa de no abandonar jamás a su hermana, y es así como “nuestro” espíritu, alma o 21 gramos se dispersan por los aires, vagando en busca de Linda.

Podríamos decir que Enter the Void es el padre de Irreversible, o el mayor de los hijos de Noé, ya que después de una serie de flashbacks nos daremos cuenta de todo y descubriremos las incógnitas del porqué de lo ocurrido, en una secuencia similar a la de Irreversible, pero quizá con un mayor grado de originalidad.

Oscar y Linda.
A mi parecer Noé es un maldito genio, capaz de echarse al bolsillo a la mayoría del público curioso que ve por primera vez sus genialidades. Es uno de los pocos directores contemporáneos que se arriesga a cruzar ese puente que va entre la extravagancia y la innovación, sin recurrir a lo fácil y repetido. Y Enter the Void es, sin lugar a dudas, un excelente ejemplo de ello.




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