26/10/11

Saló o los 120 días de Sodoma, de Pier Paolo Pasolini (1975)

Vejaciones de distinta índole.

Cuesta definir una película cuando está atravesada por la polémica, basada en una radicalidad que le impidió ser difundida en varios países por atentar contra la Iglesia, la política y la moral. Pero hay una cosa que podemos afirmar con seguridad, y es que un trabajo como éste le costó la vida a su autor, demostrando la poderosa influencia que puede tener en la sociedad un proyecto que en su tiempo pareció vomitivo y caprichoso, pero que en realidad escondía un sinfín de razones que posiblemente van mucho más allá del cine. Porque Pasolini era la polémica en persona: ateo, comunista, homosexual, poeta y cineasta a la vez, se dedicó a filmar sus contradicciones en un trabajo que llevó al extremo cada una de sus ideas. Quizá por eso fue asesinado el 2 de noviembre de 1975, en un caso que aún no se ha esclarecido del todo (ver enlace), recibiendo de parte del mundo el mismo rechazo que él previamente le declaró en Saló.

La película tiene dos influencias literarias explícitas: Los 120 días de Sodoma, del Marqués de Sade, y La Divina Comedia, de Dante Alighieri. Ambos configuran todas las atrocidades desde su raíz fundamental, una exposición atroz de las más bajas pasiones humanas, degradadas por la corrupción política y religiosa. Esto se declara desde el comienzo y de manera directa, por lo que el golpe es a la cara y en la plenitud de su fuerza. La división de la cinta en cuatro episodios (el Anteinfierno, el Círculo de las Manías, el Círculo de la Mierda y el Círculo de la Sangre) son solo uno de los guiños al célebre Infierno dantesco, mientras que las invectivas contra la moral, las historias contadas por las ex-prostitutas y el nombre alternativo de la película, provienen de los desvaríos filosóficos del Marqués de Sade.
Perversión y abusos sexuales.

Como se puede entender, la solidez del proyecto de Pasolini lo previene contra toda crítica superficial que intente tacharlo de sensacionalismo barato. Pero aún podría considerarse pretencioso, aunque antes de eso deberíamos detenernos en un punto esencial: ¿Porqué se podría escandalizar tanto la sociedad al ver escenas de ficción, si en la realidad misma, a mediados de los años 70, se experimentaban dictaduras terribles a lo largo del mundo, donde las atrocidades de Saló se cometían sin castigo ni censura? La respuesta es obvia, y es que el ataque iba dirigido principalmente al fascismo, a los más anacrónicos conservadores y a instituciones religiosas de dudosa ejemplicidad. El ataque iba dirigido, sin la más mínima intención de esconderlo, hacia los culpables históricos de las verdaderas aberraciones humanas, y eso no se lo perdonaron. Eso Pasolini lo pagó con su vida.

Coprofagia.
Los personajes que se encargan de las vejaciones y torturas, encarnando distintas simbologías del poder, son el Presidente, el Duque, el Obispo y el Magistrado, cuatro altos cargos que lejos de cumplir un rol diplómatico, invierten todos los valores de justicia y libertad, secuestrando a 18 jóvenes para encerrarlos en un palacio de Saló, República fascista creada por Benito Mussolini al norte de Italia, donde históricamente se albergaban sus aliados militares entre 1943 y 1945, bajo la ocupación de la Alemania Nazi. En la película no se hace hincapié en estos hechos, pero los nombres de los líderes, el hecho de situarla allí y los métodos de represión ejercidos sobre las víctimas, no hacen otra cosa que recordarnos continuamente los crímenes del fascismo, acentuados y ridiculizados por una pervesión moral llevada hasta el límite, además de un desenfreno sexual degradante y una adulteración libertina de las prácticas religiosas.

Las cuatro autoridades.
Para no tener que narrar los episodios más impactantes de la cinta, ni caer en las reiterativas advertencias o juicios denostativos hacia su extrema brutalidad, daré algunas coordenadas para entender el film en su propia composición. Primero, la asfixiante atmósfera que se da debido a la ausencia de ventanas en el salón principal, además de un uso de la cámara similar al popularizado más tarde por Stanley Kubrick en El Resplandor (1980), genera un efecto claustrofóbico que mantiene al espectador pegado a su asiento, por mucho que le cueste reprimir sus deseos de escapar. Por otro lado, se ha dicho que Pasolini engendró esta película después de ver las críticas a su denominada Trilogía de la Vida (El Decamerón, Los cuentos de Canterbury y Las mil y una noches), enfadado por el rechazo a lo que talvez fue lo mejor de su obra, una verdadera oda a la existencia y su goce en libertad, siguiendo en Saló con la misma pauta literaria y de tradición oral, pero inviertiendo los papeles y dándonos a conocer lo peor de nuestra naturaleza, como diciendo: "si no les gustó lo dulce, prueben lo amargo". Para acentuar esto, reunió a un gran número de actores aficionados que no volvieron a aparecer en ninguna película, y posiblemente no ejercian como tales de manera profesional, táctica usada a lo largo de su carrera cinematográfica para generar una tensión más realista y acercar al público a los actos divisados. Además, se suscitó una controversia sobre la legalidad de la obra, ya que no se sabe con precisión si los intérpretes de las escenas más violentas eran realmente mayores de edad o no.

Sea cual sea la razón del director para rodar la cinta, y prestando atención a la infinidad de motivos sugeridos a partir de la presente reflexión y la mismísima contemplación de la obra, siempre se debe dar prioridad a la experiencia directa, a la relación que tiene cada uno con el mensaje y su capacidad de interpretarlo y compartirlo con quien desee. Porque Pasolini no rodó una obra caprichosa y masturbatoria, como muchos quieren creer, sino que amplió los horizontes del diálogo hasta los sectores más repulsivos de nuestra humanidad, donde solo un espectador valiente puede extraer la esencia del resultado. Además, el discurso que se le da a las presas al comienzo del film, tiene que refractarse obligatoriamente hacia el público: "La escapatoria es imposible. Abandonad toda esperanza". Después de eso, lo que venga queda a la responsabilidad de cada uno de nosotros.

Por Patricio Contreras N.




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18/10/11

Banda aparte, de Jean-Luc Godard (1964)


Odile (Anna Karina).
Existen obras y autores tan imprescindibles que llega a ser imposible entender una disciplina artística sin ellos. En el caso del cine, asunto que nos compete, Jean-Luc Godard y los demás representantes de la demoninada nouvelle vague (ver enlace) son un excelente ejemplo. Posiblemente el cine posterior a la década de los 50' no sería lo mismo sin sus contribuciones. Argumentos narrados de manera irregular, guiones acotados que dan paso a la improvisación, el nacimiento del "cine de autor" y la radical importancia de la originalidad y la calidad, fueron algunas características que distinguieron a este grupo de directores franceses, que encabezaron la vanguardia y propusieron una nueva mirada rupturista ante el anquilosado cine académico y las grandes producciones hollywoodenses que, paradójicamente, resultaban limitadas por la fama y el dinero.

Jean-Luc Godard, director de importantes obras como Al final de la escapada (1959) y El desprecio (1963), fue uno de los más influyentes realizadores de la época, destacado entre un grupo de genios de altísimo talento. El lirismo de sus imágenes, su capacidad de introducir conceptos complejos en historias ligeras, y su revolucionaria forma de montar las películas y comprender la realidad a través de ellas, le valieron un gran reconocimiento de sus pares y un espacio indiscutible en la avanzada de la nouvelle vague. Para entender mejor el funcionamiento de estas ideas en la práctica cinematográfica, nada mejor que revisar Banda aparte, uno de sus mayores éxitos y quizá la cinta más recordada de su producción.

Arthur y Franz.
La historia se basa en tres personajes: Arthur (Claude Brasseur), Franz (Sami Frey) y Odile (Anna Karina), un improvisado grupo de jovenes que pretenden sustraer una gran suma de dinero a los patrones de la última, una muchacha sensible y condescendiente que acompañará a los malhechores oponiendo una escasa contención. Pero lo que podría ser solo un film de cine negro se ve traspasado por el estilo de Godard, quien hace interrupciones en la narración y nos retrata con sumo cuidado el drama de Odile, esa inocente criatura que se ve asediada por dos estafadores, sintiendo una creciente atracción hacia ellos e inmiscuyéndose cada vez más en su plan. De hecho, se nos muestra tal progreso en su relación, que al final del film ya nadie sabe para quien trabaja, y el autor nos va introduciendo en reflexiones audaces, interesantes diálogos y una total confusión de los roles, donde las verdaderas intenciones de los personajes salen a flote, en un desenlace donde se desatan todos los nudos para luego volverlos a enredar. Esta proposición de una película idealizada por su autor, donde el narrador omnisciente nos cuenta lo que pasa más allá de las escenas y nos orienta en el funcionamiento de cada personaje, además de complementar lo que pasa con ellos tanto en su interior como en su forma de actuar, es lo que hoy llamamos "cine de autor", donde, en este caso, el verdadero protagonista parece ser el mismo Jean-Luc Godard.

Fuera del formalismo detrás del film, construido en base a ideas preconcebidas que funcionan magistralmente en el desarrollo de la cinta (ver enlace), la popularidad del cine de Godard logró que el público se acercara a un tipo de producción que no siempre es asequible para todo espectador. Sus intertextos literarios, sus quiebres en la narración, la profundización de los personajes y la libertad a la hora de montar y plantear la película, son recursos que desempeñan un rol tan activo que cualquier persona puede sentirse atraída por ella, siendo capturada por un argumento que parece lejano, pero que en el fondo es tan atractivo y encantador que es imposible dejar de apreciarlo.

Los tres personajes corriendo por el Louvre.
Existen tres escenas que pueden ser tomadas como paradigmas en la teoría de Godard, y que pasaron a formar parte de la historia del cine, siendo homenajeadas en la actualidad por importantes directores, tales como Quentin Tarantino (Pulp Fiction) y Bernardo Bertolucci (Soñadores). La primera es la parte en que los tres personajes bailan mientras el narrador hace una pequeña "disgreción" (ver enlace), contándonos lo que sucede con ellos; la segunda es la alocada carrera de nueve minutos a través del Louvre (ver enlace); y la última, una de las interrupciones formales más notables del film, es la parte en que Odile pide un minuto de silencio (ver enlace), dando paso a 36 segundos en mute y un interesante diálogo con sus dos compañeros.

Para los amantes del buen cine, es totalmente neceserio darle una mirada tanto a esta película como a otras de las grandes producciones del director francés, ya que muchas innovaciones que hoy se realizan en el séptimo arte son incomprensibles sin antes haber visto lo que otros adelantados hicieron en su tiempo. Así que no dude en conseguirla, acomodarse frente a la pantalla y no hay más: bon voyage.

Por Patricio Contreras N.




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