19/5/11

Soñadores, de Bernardo Bertolucci (2003)

Hablar de cine italiano siempre es un placer. Hablar de Bertolucci, por consiguiente, resulta ser un placer y también un privilegio, aún más considerando su universalidad y su intenso trabajo situado en las profundidades de la experencia humana, fijándose especialmente en los aspectos políticos y religiosos que nos otorgan trascendencia. El director de clásicos como El último emperador y Novecento, recibió la semana pasada la Palma de Oro honorífica en Cannes (ver enlace) por su obra ya distinguida e impecable que, a pesar de los problemas médicos que lo tienen postrado en una silla de ruedas, se niega a claudicar. Su trabajo ya ha sido ampliamente reconocido, sus ideas ya han alcanzado el éxito y la inmortalidad, pero aún así resulta posible que este gran director todavía nos tenga algo que decir. Parece que queda Bertolucci para rato.
Homenaje a la Venus de Milo.

Pero, en esta ocasión, conviene centrarnos en la que fue su última película publicada: Soñadores. Esta obra, ambientada en la primavera francesa de Mayo del 68', es una interesante alegoría sobre el amor y la libertad, ubicada en un periodo histórico lleno de cambios políticos y culturales. Aunque claro, Bertolucci no se limita a eso, y se resiste rotundamente a rodar un panfleto. El trabajo de los grandes directores siempre consiste en lograr una historia vibrante, con personajes complejos e impredecibles y con guiones llenos de sorpresas. Soñadores cumple, precisamente, con todo esto, además de transmitirnos la emoción, la pasión por el cine y la celebración extasiada de la vida, sensaciones que se logran respirar a lo largo de toda la cinta.

Matthew (Michael Pitt) es un joven norteamericano que conoce a Isabelle (Eva Green) y Theo (Louis Gardel) en medio de las revoluciones culturales de París, en 1968. Desde el comienzo, su relación estará marcada por los gustos cinematográficos, que en esa época estaban notablemente influenciados por la nouvelle vague, representada por grandes directores como Jean-Luc Godard, François Truffaut, entre otros. Los jóvenes se conocen, tras intercambiar miradas por un tiempo, en una revuelta organizada por una popular cinemateca parisina. Isabella es una interesante e histriónica muchacha que llama de inmediato la atención de Matthew, y con el consentimiento de su hermano Theo, la joven invita al forastero a hacerles compañía mientras sus padres se van de vacaciones, dejándoles la casa sola por un tiempo. Este resulta ser el génesis de la locura total, un carnaval desenfrenado a través de las calles de París.
Isabella y Theo.

La gracia de este grupito precoz, contagiado con el idealismo y las ansias libertarias de la época, es la pasión y la abnegación con que viven cada día. Todo parece nuevo para ellos. Se niegan con furia a crecer, a perder el añorado fuego de la juventud, y Matthew no puede hacer nada más que maravillarse y dejarse llevar por la corriente revolucionaria de estos dos curiosos hermanos. Los tres serán protagonistas de inolvidables descubrimientos sexuales, de diálogos interesantísimos sobre política, cine y sociedad, y de diversos momentos entrañables que quedarán grabados en la retina del espectador. Soñadores es, sencillamente, una receta para no envejecer nunca, no apta para cobardes, anticuados y conservadores. Es un vertiginoso acercamiento a la vida bohemia de París a fines de los años 60', al ritmo de una banda sonora que seguramente te volará la tapa de los sesos.

Homenaje a Banda Aparte, de Godard.
Bertolucci, guiado quizá por su alma rebelde y un inagotable amor a su oficio (evidenciado en los múltiples guiños y homenajes al cine clásico) (ver foto), nos deja esta joyita para despertar en nosotros las ganas de vivir, de luchar incansablemente por nuestro derecho a ser libres. Ni el descorazonador final nos deja acorralada la esperanza. Hay que lograr que el mensaje trascienda incluso más allá de la realidad misma. Salvador Allende señaló alguna vez que "ser joven y no ser revolucionario es una contradicción hasta biológica". Después de ver este film, es imposible no darle la razón al Compañero Presidente. Les dejo la invitación.


Por Patricio Contreras N.

 
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13/5/11

Elling, de Petter Naess (2001)


Es interesante la propuesta que nos entrega el noruego Petter Naess en su película Elling. Un punto de vista diferente sobre una temática archiconocida, una realidad que no a todos les gusta abordar ni cuestionar: la discapacidad mental. Personalmente, no me agrada utilizar el término “discapacidad”, sino individuos con capacidades diferentes. Creo que es lo más apropiado.

Kjell y Elling entrando a la "realidad".
Sin excentricidades y con planos sencillos, la cinta logra cautivar al espectador, generando empatía con los personajes principales. Podríamos decir que en la pantalla grande las enfermedades mentales ya componen casi un subgénero. Como mencioné anteriormente, es un tema archiconocido y abordado por todos los puntos de vista habidos y por haber. Pero la gracia de esta película (y lo que la diferencia de las demás) es el sentido de jocosidad que le entrega Naess a una disfuncionalidad que es más común de lo que la sociedad cree. Sin llegar a lo burdo, sin caer en burlas ni excesos, Elling es un film que consigue emocionar al público.

Elling es el nombre del protagonista, quien posee capacidades diferentes. Su vida ha estado condicionada desde el principio de sus días, no sólo por su estado mental, sino también por la represión y sobreprotección que ejerce su madre hacia él. Ella muere y queda despojado de esa protección, ese cobijo que solo una madre puede entregar. El Estado noruego se hace cargo de él y lo interna por dos años en una clínica psiquiátrica. Al término del periodo, se supone que está preparado para insertarse nuevamente en la sociedad: he ahí donde Elling (Per Christian Ellefsen) desafiará sus más íntimos tormentos. Pero no estará solo, el Estado le concedió a él y su compañero de cuarto, llamado Kjell Bjarne (Sven Nordin), un departamento en Oslo (la capital y ciudad más poblada de Noruega) donde deberán realizar las tareas más cotidianas. Aunque para una persona que tiene serios problemas al desenvolverse consigo mismo y con el resto, el camino hacia la libertad no será para nada fácil.
Elling y Kjell en el departamento.

Elling es una película que nos hace reflexionar sobre el sentido de la vida, pensar que vivirla merece la pena independiente de los problemas que existan. También nos hace reflexionar sobre el valor de la amistad, las relaciones interpersonales, la lucha ante la adversidad y la soledad. No tengo noción si el sistema de reinserción llevado a cabo en la película será real o ficticio en Noruega, pero creo que debería implementarse en todos los países del mundo. En la película, es genial observar la importancia que se le da a la reinserción social en las personas con capacidades diferentes, entregándole una convivencia autónoma en un edificio protegido por un vigilante estatal.

Sin más rodeos, recomiendo que vean Elling, una cinta especial para generar conciencia en una sociedad tan individualista y mecanicista como la nuestra.




Por Juan Pablo Hernández





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3/5/11

Noviembre, de Achero Mañas (2003)

Todo joven con síntomas de rebeldía, que aspire a un alto grado de libertad y compromiso socio-político, debería asumir como un deber revisar esta película. Porque, a pesar de ser de esas producciones que se ven disminuidas por su propio alcance, es un film digno de analizar e interpretar, de vivir con intensidad y de llevar a la práctica con urgencia, debido al angustiante panorama cultural que hoy se asienta en las grandes metrópolis del mundo. Y no estoy exagerando: Noviembre es de esas obras que son como respiros de alivio, como refugios donde podemos meditar sobre el devenir del planeta, que poco a poco va cayendo en un pozo ciego auspiciado por políticos irresponsables, empresarios puercos y ambiciosos, y una gama de personajes de mierda que ensucian las grandes intenciones del resto.
Alfredo (Óscar Jaenada).

Achero Mañas nos cuenta la historia de Alfredo (Óscar Jaenada), un joven idealista, obstinado y orgulloso que desea ser actor. Para llevar a cabo su plan, se inscribe en una academia de teatro con una clara intención en la cabeza: cambiar el mundo. Pero, en el fondo, todos queremos "cambiar el mundo", ¿qué tiene de especial el proyecto de Alfredo? Desde luego, que él tiene a su alcance armas bastante poderosas: el arte, la pasión, el teatro y su honda preocupación por la humanidad. Su utópica idea logra conseguir apoyo entre sus compañeros, y juntos conforman "Noviembre", un grupo de actores independientes que se proponen a sí mismos como la continuación de la Revolución de Octubre, segunda fase de la Revolución Rusa en 1917. Es así como salen a la calle a hacer sus presentaciones, siempre críticas y provocadoras, que de a poco van encantando a su inusual audiencia. Dentro de este agitado ambiente es que Alfredo conoce a Lucía (Ingrid Rubio), una joven que desde el primer momento siente interés por la figura de su intrigante compañero. Ambos mantendrán un romance mientras el grupo pasa por triunfos y fracasos, ilusiones y desengaños, hasta llegar a momentos duros que pondrán a prueba sus sueños, sus ideales y su capacidad de trabajar en conjunto.
Alfredo y Lucía.

La película está enmarcada dentro del "falso documental", ya que son los mismos protagonistas, entrevistados desde un futuro especulativo, los que cuentan las andanzas de su juventud, entregándole un toque de nostalgia a la cinta, encarnando a esos típicos adúltos que cuentan a sus hijos y nietos su pasado revolucionario. Fuera del romanticismo que esto representa, la película respira actualidad, y es emotivamente posible, atractivamente cautivadora, y nos deja una importante invitación a pensar como Alfredo, a usar el arte como medio de expresión, que es un "arma cargada de futuro" capaz de "cambiar este puto mundo". Lo malo es que esto siempre se presta para el panfleto, para el pensamiento corto y la repitición de consignas oxidadas y reiteradas hasta el cansancio, reduciéndose a un público fácil de engañar. La película falla en ciertos aspectos, no hay que negarlo, pero saca a flote también un sinfín de virtudes. El espectador sabrá recoger lo que más le plazca, detectar con atención los traspiés y tendrá la responsabilidad de sacarle provecho a lo que el director propone. Si la revisión de esta película no va acompañada de una reflexión pertinente, es mejor no ponerle play y leer algún simple panfleto revolucionario. Hay que traspasar el mensaje y repletar los vacíos que Mañas, por inexperiencia o abuso de recursos, no consiguió llenar.

Provocaciones políticas y religiosas.
Sin embargo, para los eternos idealistas de todas partes del mundo, esta película no será una más. La vitalidad de sus personajes da ganas de reir como llorando, como quien sabe que los sueños son posibles solo si algún día trabajamos en conjunto. El director peca de ingenuo en muchos aspectos, pero la ingenuidad no es un pecado grave. El problema es que la Revolución (así, con mayúscula) involucra seriedad, compromiso y altura de mira. El Che dijo alguna vez: "Hay que endurecerse sin perder jamás la ternura". Achero Mañas cumple esta regla, y lo bueno es que la bomba no le explota en las manos, sino que la comparte con nosotros. Por eso, nuestra labor es seguir compartiéndola. Ojalá que así sea.

Por Patricio Contreras N.




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