29/8/11

Tiempo, de Kim Ki-Duk (2006)


See-Hee (Sung Hyun-ah)
Quizá las cualidades más significativas de Kim Ki-Duk son su profundidad, su originalidad y su invaluable frescura lírica, que revitalizó notablemente el cine contemporáneo. En Tiempo, su décimo tercera producción, el director coreano practicó un ejercicio necesario pero riesgoso para cualquier artista capaz de respetarse a sí mismo: reinventar, cuestionar y replantear su método de trabajo. Tiempo sorprende por su gama de personajes, su considerable aumento de diálogos y su afán modernista que al mismo tiempo mantiene la esencia de su arte: un cine que ahonda en la complejidad humana apelando a las sensaciones, emociones y sentimientos que conforman nuestra integridad espiritual. De esta manera, la película funciona como una nueva tentativa del autor para descubrir la naturaleza más íntima de nuestra interioridad, a través de un cuestionamiento cinematográfico a dos de las más clásicas obsesiones de la humanidad: el amor y, por supuesto, el tiempo.

Ji-woo (Ha Jung-woo)
La delicadeza con que Kim Ki-Duk plantea sus ideas ya es reconocida de forma mundial, y en esta cinta no hace una excepción. El director nos interpela preguntándonos cuánto dura el amor, o cómo podría lograr la trascendencia deseada. Para ello, nos invita a conocer la vida amorosa de dos erráticos y contradictorios personajes que, en el fondo y a pesar de todo, se aman con sinceridad. Uno es Ji-woo (Ha Jung-woo), un inseguro pero correcto muchacho, que empieza a ver con preocupación como su pareja va perdiendo su estabilidad emocional, a través de celos y extrañas actitudes de carácter enfermizas. Su mujer, See-hee (Sung Hyun-Ah), es una muchacha temerosa y muy ansiosa que se ve traicionada por sus fobias, en realidad, un miedo intenso a que el angustioso pasar del tiempo acabe por alejar a Ji-woo de su lado. Como solución a ello, terminando también con la odiosa imagen que tenía de sí, decide contactar a un cirujano para cambiar total y radicalmente su aspecto. Ahí comenzará el verdadero drama de ambos.

Profunda crítica a la modernidad.
Mientras la cinta avanza, los cuestionamientos van adaptándose a las situaciones y el espectador se ve profundamente interpelado: ¿Será la artificialidad creada por el hombre un método adecuado para llegar al corazón? ¿Será el amor una fuerza capaz de romper las barreras del tiempo y la más frívola superficialidad? Claramente, la tentativa de provocar al sentimiento por métodos artificiales no resulta, no prospera, y la vitalidad del cine de Kim Ki-Duk nos introduce de lleno en las paradojas de la vida contemporánea. Los personajes se ven sujetos a cambios de aspecto, y se transforman en dos personas distintas, cambiando también de actores en escena. Pero el amor real no tiene rostro y los acecha reconociéndolos, persiguiéndolos con la cara amarga del deseo reprimido, ahogado de pésima manera, y ambos se van marchitando hasta llegar a desenlaces fatídicos. Todo esto está montando entre recursos líricos y una visualidad que nos envuelve en un mundo poético posible, pero colapsado de pasión y poderosas emociones que se balancean entre sus polaridades, entre sus cargas positivas y negativas. De esta forma, Kim Ki-Duk nos introduce en un sueño que se va volviendo pesadilla, llenándose de soledad y destrucción, haciéndonos partícipes de una historia de amor truncada por los vicios de la sociedad moderna.

Tiempo puede verse desde muchos ángulos, sin perder jamás el ritmo y la eficaz consistencia que le entrega su autor. Podemos hablar del destino, de la identidad, de los recuerdos, de la fragilidad del ser humano y los límites de nuestra realidad, sin pasar a llevar por ello la esencia del film. Así nos damos cuenta que Kim Ki-Duk ha vuelto a rodar una película sobre el hombre que se mira hacia acto, sintiendo el vértigo de semejante acción. Descubrimos que estamos nuevamente frente al espejo de nuestras debilidades, de nuestra precaria condición moral. Entendemos otra vez que Kim Ki-Duk es indiscutiblemente uno de los mejores directores de nuestra época.

Por Patricio Contreras N.





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23/8/11

Nueve Reinas, de Fabián Bielinsky (2000)


Latinoamérica tiene varias producciones que han pasado desapercibidas o que no han recibido la masificación que naturalmente esperaríamos. Podríamos decir que esto sucede porque estamos hartos del cine basura a que nos tienen acostumbrados: escenas de sexo en vano, insultos desmesurados y la mayoría de las veces abordando un tema político con tintes de resentimiento. Por todo esto y más, es que creo que el cine latinoamericano queda relegado a un segundo plano, privilegiando y absorbiendo lo que nos llega de Gringolandia o Europa. Si eso es bueno o malo, queda a juicio de cada persona.
Indudablemente el séptimo arte es transversal. No tiene color, bandera ni nación, y mi intención no es realizar un ranking en donde se separe por país las grandes creaciones del cine, para nada. Tan solo deseo fomentar la apreciación de películas de este lugar del mundo, que no tiene nada que envidiarle al viejo continente.

Marcos y Juan.
Podríamos decir que el país vecino de Argentina es el máximo exponente en Latinoamérica. Es una envidia sana la que rodea mi mente al divisar que al otro lado de la cordillera está arraigada la cultura cinéfila. Es envidiable y para aplaudir las grandes creaciones que han salido desde allí: Hombre mirando al Sudeste (1986), El Juego de Arcibel (2003) y El secreto de sus ojos (2009), por nombrar alguna de ellas. Películas con un alto contenido en su trama, genialidades que logran pasar la brecha del entretenimiento. Quiero decir que no son películas para pasar el rato, sino que dejan un legado en el inconsciente colectivo de la sociedad. Creaciones que te dejan "craneando" una y otra vez. Según algunos críticos de cine, la mejor película trasandina de los años 90 y principios del 2000, es Nueve Reinas (2000), y a mi parecer no están tan equivocados.

Ricardo Darín y Gastón Pauls.
Nueve Reinas es una genialidad por donde se la mire. Con un guión fresco y diálogos ágiles logra entretener y mantenerte pegado durante dos horas. Dicen por ahí que cuando algo es entretenido el tiempo se pasa volando, y eso es lo que ocurre con este film. Su director, Fabián Bielinsky, logró darle un nuevo aire a las películas de ladrones de poca monta, recurso ya archiconocido en la escena cinéfila.

La historia comienza cuando Juan (Gastón Pauls) ingresa a un servicentro a realizar una estafa a la cajera del lugar. Fortuitamente, se encuentra con el avezado usurero llamado Marcos (Ricardo Darín), después de haber llevado a cabo su cometido. Es allí donde estos dos maestros del crimen deciden unir sus fuerzas por un día, para ver si les resulta la alianza. Como si el destino estuviera coludido con ellos, les surge el negocio de sus vidas. El gran robo está por venir, pero no es tan fácil realizarlo. Tienen menos de un día para elaborar, sin cometer errores, su propia "gran estafa".

El espectador disfruta sin tener la menor idea de lo que ocurrirá. Eso es lo agradable de esta producción, que ni por más que lo intentes podrás predecir lo que sucederá al final. Es por esto y mucho más, que Nueve Reinas es una película que no debes dejar de ver.

Por Juan Pablo Hernández




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15/8/11

Dead Man, de Jim Jarmusch (1995)

Uno de los tópicos artísticos y literarios más estudiados en nuestro continente, es la llamada dicotomía entre civilización y barbarie. Es el punto esencial de libros tan importantes como el Facundo de Domingo Faustino Sarmiento (ver enlace) y el Ariel de José Enrique Rodó (ver enlace). Ambos representan la postura latinoamericana frente a un conflicto que suele ser el eje de nuestros más grandes problemas socio-políticos, y que en Norteamérica no está excento de relevancia. Eso es demostrado por Jarmusch en Dead Man, un "western" moderno que aborda esta misma problemática desde una visión mística, metafísica y sobre todo irónica, ya que el director se introduce en el caos de la ruralidad y las raíces norteamericanas para crear un film lleno de matices, contradicciones y complejos simbolismos.
William Blake (Johnny Deep).

Johnny Depp posiblemente interpreta uno de los mejores papeles de su vida. Su personaje, William Blake, está inspirado en el homónimo poeta inglés del siglo XVIII, con quien guarda una extraña relación. Su compañero, un indio autóctono interpretado por Gary Farmer, es el encargado de guiarlo en su viaje desde la ciudad hasta el Oeste gringo, de su vida de oficinista hasta el sendero del crimen, desde la más estereotipada civilización hasta las profundidades de la barbarie. Esto también nos recuerda El matrimonio del cielo y del infierno de William Blake, del cual también se extraen importantes simbolismos.

Nadie o Xebeche (Gary Farmer).
La historia representa un viaje tanto interno como externo, ya que el paso de la ciudad al Oeste, de la civilización a la barbarie, también involucra un cambio interior en William que lo transforma poco a poco en uno de los asesinos más famosos de la zona, destino profetizado por Nadie (o Xebeche), su indio compañero, quien al conocerlo le predice que sus "poemas ahora serán escritos con sangre", haciendo referencia al poetá inglés y también a la futura destinación del personaje. La transformación de William es en realidad el sentido de la película, que expone el contexto y las situaciones claves que lo convierten en un auténtico salvaje, como su experiencia con el peyote (ver enlace), la asimilación de la vida nativa, la marginalidad con respecto a las leyes, etc. En esto es fundamental el apoyo de Nadie, quien se autodenomina así por la cruel condición que lleva la mayoría de los indígenes contemporáneos, quienes ya no pertenecen directamente a su tribu originaria ni tampoco logran adaptarse a la modernidad de nuestras ciudades. De esta manera, vagan sin rumbo en una especie de limbo, en su propio vacío de no-ser, de ser "nadie" tanto en la teoría como en la práctica.

Visualidad y trabajo conceptual.
Como se puede apreciar, detrás de la proyección superficial del film, se esconden un sinfín de detalles de hondo significado, como la decisión de grabar completamente en blanco y negro, acentuando las dicotomías y las contradicciones de la historia. También hay que estar atentos al soundtrack interpretado por el gran compositor norteamericano Neil Young, especialista en rock y folk experimental, quien grabó la música de la película improvisando mientras veía la primera edición de la misma.

Es así como Dead Man se va transformando en un gran caleidoscopio cultural, un ejemplo cinematográfico del mejor uso de la intertextualidad y la interculturalidad. Es una cinta compleja donde los personajes están increíblemente trabajados, el guión es una caja de sorpresas y el resultado acabó por ser una de las mejores películas de los 90'.

Por Patricio Contreras N.


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