See-Hee (Sung Hyun-ah) |
Quizá las cualidades más significativas de Kim Ki-Duk son su profundidad, su originalidad y su invaluable frescura lírica, que revitalizó notablemente el cine contemporáneo. En Tiempo, su décimo tercera producción, el director coreano practicó un ejercicio necesario pero riesgoso para cualquier artista capaz de respetarse a sí mismo: reinventar, cuestionar y replantear su método de trabajo. Tiempo sorprende por su gama de personajes, su considerable aumento de diálogos y su afán modernista que al mismo tiempo mantiene la esencia de su arte: un cine que ahonda en la complejidad humana apelando a las sensaciones, emociones y sentimientos que conforman nuestra integridad espiritual. De esta manera, la película funciona como una nueva tentativa del autor para descubrir la naturaleza más íntima de nuestra interioridad, a través de un cuestionamiento cinematográfico a dos de las más clásicas obsesiones de la humanidad: el amor y, por supuesto, el tiempo.
Ji-woo (Ha Jung-woo) |
La delicadeza con que Kim Ki-Duk plantea sus ideas ya es reconocida de forma mundial, y en esta cinta no hace una excepción. El director nos interpela preguntándonos cuánto dura el amor, o cómo podría lograr la trascendencia deseada. Para ello, nos invita a conocer la vida amorosa de dos erráticos y contradictorios personajes que, en el fondo y a pesar de todo, se aman con sinceridad. Uno es Ji-woo (Ha Jung-woo), un inseguro pero correcto muchacho, que empieza a ver con preocupación como su pareja va perdiendo su estabilidad emocional, a través de celos y extrañas actitudes de carácter enfermizas. Su mujer, See-hee (Sung Hyun-Ah), es una muchacha temerosa y muy ansiosa que se ve traicionada por sus fobias, en realidad, un miedo intenso a que el angustioso pasar del tiempo acabe por alejar a Ji-woo de su lado. Como solución a ello, terminando también con la odiosa imagen que tenía de sí, decide contactar a un cirujano para cambiar total y radicalmente su aspecto. Ahí comenzará el verdadero drama de ambos.
Profunda crítica a la modernidad. |
Mientras la cinta avanza, los cuestionamientos van adaptándose a las situaciones y el espectador se ve profundamente interpelado: ¿Será la artificialidad creada por el hombre un método adecuado para llegar al corazón? ¿Será el amor una fuerza capaz de romper las barreras del tiempo y la más frívola superficialidad? Claramente, la tentativa de provocar al sentimiento por métodos artificiales no resulta, no prospera, y la vitalidad del cine de Kim Ki-Duk nos introduce de lleno en las paradojas de la vida contemporánea. Los personajes se ven sujetos a cambios de aspecto, y se transforman en dos personas distintas, cambiando también de actores en escena. Pero el amor real no tiene rostro y los acecha reconociéndolos, persiguiéndolos con la cara amarga del deseo reprimido, ahogado de pésima manera, y ambos se van marchitando hasta llegar a desenlaces fatídicos. Todo esto está montando entre recursos líricos y una visualidad que nos envuelve en un mundo poético posible, pero colapsado de pasión y poderosas emociones que se balancean entre sus polaridades, entre sus cargas positivas y negativas. De esta forma, Kim Ki-Duk nos introduce en un sueño que se va volviendo pesadilla, llenándose de soledad y destrucción, haciéndonos partícipes de una historia de amor truncada por los vicios de la sociedad moderna.
Tiempo puede verse desde muchos ángulos, sin perder jamás el ritmo y la eficaz consistencia que le entrega su autor. Podemos hablar del destino, de la identidad, de los recuerdos, de la fragilidad del ser humano y los límites de nuestra realidad, sin pasar a llevar por ello la esencia del film. Así nos damos cuenta que Kim Ki-Duk ha vuelto a rodar una película sobre el hombre que se mira hacia acto, sintiendo el vértigo de semejante acción. Descubrimos que estamos nuevamente frente al espejo de nuestras debilidades, de nuestra precaria condición moral. Entendemos otra vez que Kim Ki-Duk es indiscutiblemente uno de los mejores directores de nuestra época.
Por Patricio Contreras N.
Por Patricio Contreras N.
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