18/10/11

Banda aparte, de Jean-Luc Godard (1964)


Odile (Anna Karina).
Existen obras y autores tan imprescindibles que llega a ser imposible entender una disciplina artística sin ellos. En el caso del cine, asunto que nos compete, Jean-Luc Godard y los demás representantes de la demoninada nouvelle vague (ver enlace) son un excelente ejemplo. Posiblemente el cine posterior a la década de los 50' no sería lo mismo sin sus contribuciones. Argumentos narrados de manera irregular, guiones acotados que dan paso a la improvisación, el nacimiento del "cine de autor" y la radical importancia de la originalidad y la calidad, fueron algunas características que distinguieron a este grupo de directores franceses, que encabezaron la vanguardia y propusieron una nueva mirada rupturista ante el anquilosado cine académico y las grandes producciones hollywoodenses que, paradójicamente, resultaban limitadas por la fama y el dinero.

Jean-Luc Godard, director de importantes obras como Al final de la escapada (1959) y El desprecio (1963), fue uno de los más influyentes realizadores de la época, destacado entre un grupo de genios de altísimo talento. El lirismo de sus imágenes, su capacidad de introducir conceptos complejos en historias ligeras, y su revolucionaria forma de montar las películas y comprender la realidad a través de ellas, le valieron un gran reconocimiento de sus pares y un espacio indiscutible en la avanzada de la nouvelle vague. Para entender mejor el funcionamiento de estas ideas en la práctica cinematográfica, nada mejor que revisar Banda aparte, uno de sus mayores éxitos y quizá la cinta más recordada de su producción.

Arthur y Franz.
La historia se basa en tres personajes: Arthur (Claude Brasseur), Franz (Sami Frey) y Odile (Anna Karina), un improvisado grupo de jovenes que pretenden sustraer una gran suma de dinero a los patrones de la última, una muchacha sensible y condescendiente que acompañará a los malhechores oponiendo una escasa contención. Pero lo que podría ser solo un film de cine negro se ve traspasado por el estilo de Godard, quien hace interrupciones en la narración y nos retrata con sumo cuidado el drama de Odile, esa inocente criatura que se ve asediada por dos estafadores, sintiendo una creciente atracción hacia ellos e inmiscuyéndose cada vez más en su plan. De hecho, se nos muestra tal progreso en su relación, que al final del film ya nadie sabe para quien trabaja, y el autor nos va introduciendo en reflexiones audaces, interesantes diálogos y una total confusión de los roles, donde las verdaderas intenciones de los personajes salen a flote, en un desenlace donde se desatan todos los nudos para luego volverlos a enredar. Esta proposición de una película idealizada por su autor, donde el narrador omnisciente nos cuenta lo que pasa más allá de las escenas y nos orienta en el funcionamiento de cada personaje, además de complementar lo que pasa con ellos tanto en su interior como en su forma de actuar, es lo que hoy llamamos "cine de autor", donde, en este caso, el verdadero protagonista parece ser el mismo Jean-Luc Godard.

Fuera del formalismo detrás del film, construido en base a ideas preconcebidas que funcionan magistralmente en el desarrollo de la cinta (ver enlace), la popularidad del cine de Godard logró que el público se acercara a un tipo de producción que no siempre es asequible para todo espectador. Sus intertextos literarios, sus quiebres en la narración, la profundización de los personajes y la libertad a la hora de montar y plantear la película, son recursos que desempeñan un rol tan activo que cualquier persona puede sentirse atraída por ella, siendo capturada por un argumento que parece lejano, pero que en el fondo es tan atractivo y encantador que es imposible dejar de apreciarlo.

Los tres personajes corriendo por el Louvre.
Existen tres escenas que pueden ser tomadas como paradigmas en la teoría de Godard, y que pasaron a formar parte de la historia del cine, siendo homenajeadas en la actualidad por importantes directores, tales como Quentin Tarantino (Pulp Fiction) y Bernardo Bertolucci (Soñadores). La primera es la parte en que los tres personajes bailan mientras el narrador hace una pequeña "disgreción" (ver enlace), contándonos lo que sucede con ellos; la segunda es la alocada carrera de nueve minutos a través del Louvre (ver enlace); y la última, una de las interrupciones formales más notables del film, es la parte en que Odile pide un minuto de silencio (ver enlace), dando paso a 36 segundos en mute y un interesante diálogo con sus dos compañeros.

Para los amantes del buen cine, es totalmente neceserio darle una mirada tanto a esta película como a otras de las grandes producciones del director francés, ya que muchas innovaciones que hoy se realizan en el séptimo arte son incomprensibles sin antes haber visto lo que otros adelantados hicieron en su tiempo. Así que no dude en conseguirla, acomodarse frente a la pantalla y no hay más: bon voyage.

Por Patricio Contreras N.




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2 comentarios:

  1. Quizás la escena del baile sea una de las bellas en la historia del cine. Bellísima la música, la película, y sobre todo bellísima Anna Karina con su aspecto tierno y desencantado.
    Grazie.

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